El secuestro y desaparición del niño Loan Peña, de sólo 5 años, ha conmovido a Corrientes, a la Argentina, al Uruguay y a vastos sectores de la opinión pública internacional.

El caso está repleto de coincidencias, erizado de pistas falsas de sospechosos y de motivos para la desconfianza entre los más íntimos de las familias involucradas en el asado donde la criatura estuvo jugando hasta el medio día del 13 de junio.

Y más allá de que la desaparición y el misterio sobrepasan el límite de lo espeluznante, lo más amargo es que el caso de Loan Peña ha revelado que existen redes de miserables que trafican con menores, que los explotan sexualmente, que venden sus órganos y -como proxenetas que son- les roban el cuerpo, la esperanza y el destino.

Los hechos demuestran que no se trata de leyendas ni de casos aislados, sino de organizaciones con buena fachada, cuyos partícipes se impulsan lo mismo por ambición de dinero mal habido que por impulsos sexuales degenerados.

Ante este panorama, es tiempo de derribar todos los muros de la indiferencia y la resignación, poniendo en acción y en obra los mejores sentimientos de amor y siembra que deben inspirar nuestros hijos y nietos y los hijos y nietos de nuestros prójimos.

Horrorosamente, en la Argentina apareció un senador, de nombre Juan Carlos Pagotto, que propuso que el Código Penal no castigue la venta de niños cuando se efectúa en caso de «necesidad» y siempre que no sea «una actividad habitual».

Por ese camino, el senador Pagotto, militante en el partido de Milei, pretendió abrir la puerta a la legalización de la venta de menores pobres. No lo consiguió, pero el solo hecho de haber publicado su propuesta demuestra hasta qué punto pueden depravarse los sentimientos.

Nosotros en el Uruguay, partiendo de nuestra Constitución republicana fundada en los derechos de la persona, jamás aceptaremos la justificación de la esclavitud ni la venta de personas u órganos.

Y en ese sentimiento, debemos coincidir todos, porque no es cuestión de cintillo político ni de división en izquierdas y derechas: es cuestión de conservar un mínimo de sentimientos humanos.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.