En la tarde del domingo 16 de julio de 1950, el Uruguay se estremecía con el triunfo futbolístico ante Brasil, clavando el score 2 a 1 después de ir perdiendo 1 a 0- frente a la escuadra brasileña, apoyada por más de cien mil espectadores que tenían fe absoluta en que esa tarde la camiseta “verde amarela” iba a consagrarse campeona del mundo.
Se cumplen hoy 74 años de aquella hazaña que dejó mudo a Brasil y al mundo: el Maracanazo, que revivió para la camiseta celeste, en 1950, las hazañas olímpicas de 1924 en Colombes y 1928 en Ámsterdam y que revalidó el título de Campeón Mundial de Fútbol profesional que nuestra selección había conquistado el 30 de julio de 1930 en el Estadio Centenario, así llamado en homenaje a los 100 años de la Jura de nuestra primera Constitución como Estado soberano.
Las figuras de los goleadores Juan Alberto Schiaffino y Alcides Edgardo Ghiggia se convertían en leyenda, con Obdulio Varela como gran capitán y con una pléyade de nombres que entraron juntos en la inmortalidad futbolera de nuestro país.
Sin televisión, el Campeonato Mundial se seguía por las radios, en las voces de Chetto Pelicciari, Duilio de Feo y Carlos Solé, con comentarios de Luis Víctor Semino, César L. Gallardo y Osvaldo Heber Lorenzo. Cada uno con su opinión, todos animaban a tener orgullo y fe en el Uruguay que se agrandaba entre los grandes, no sólo en fútbol sino también en las garantías de su democracia republicana y en la inspiración justiciera de su Estado de Derecho.
En los tiempos del Maracanazo a nadie se le ocurría reducir la imagen del Uruguay a un simple “paisito”.
De aquel campeonato romántico, sin millonadas y sin grandes negocios, debemos rescatar el amor desinteresado, la filosofía de vida y la voluntad de lucha que nos llevó al podio mayor del deporte más popular que haya cultivado la humanidad…
Esas virtudes nos hacen falta hoy no sólo en el fútbol sino en la reorganización del espíritu nacional, por encima de banderas.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.